EL LEGADO DE UN PIONERO DE LA CIENCIA
Conocí al Dr Bernardo Nusimovich en el Pabellón Olivera en los comienzos de 1963 y quien me introdujo fue el Dr Jorge Braguinsky teniendo además una carta de presentación del Dr Luis Munist, Decano de la Facultad de Medicina para el Director del Pabellón, Dr. Pedro Landabure.
Lo encontré trabajando entre otros profesionales con las Dras Susana Leiderman y Marta Sereday. El dirigía la Sección de Endocrinología dentro de ese lugar, donde fui conociendo además, como integrantes de otras areas a los Dres Serantes, Senderey, Etala, Garris, Mestre, Jalife.
Había además otros médicos jóvenes entre los que debo mencionar a Guillermo Burlando y Jorge Alvariñas. Estoy obviando por razones de espacio numerosos nombres que prestigiaron de la misma manera que los mencionados a la Medicina Argentina en los aspectos relacionados con las Enfermedades de la Nutrición, del Metabolismo y de la Endocrinología en ese fantástico lugar asistencial, de investigación y de docencia.
A partir de allí el Dr Nusimovich fue mi maestro hasta su muerte en 1982. Se había formado en el Hospital Rivadavia junto al Dr Del Castillo siendo condiscípulo del Dr De la Balze.
Completó su formación en Estados Unidos con Conn, Fajans y Albright.
Nos enseñó clínica y endocrinología a muchos pues en su recorrido ulterior al Hospital Rawson, en el Policlínico Ricardo Finochietto y en el Hospital Francés bajo su supervisión decenas de hoy destacados especialistas dieron sus primeros pasos de aprendizaje o consolidaron los que ya tenían.
Figura y espíritu seductores, una sólida formación y una percepción clínica aguda y brillante eran sus características.
Me deslumbraba, como a otros tantos le pasó.
Le preocupaba la ciencia. Pero también la política, el arte, la literatura. Pero sobre todo vivía intensamente la vida. Y la vivió apasionadamente.
Fue presidente de nuestras queridas Sociedades Argentinas de Diabetes y de Endocrinología y Metabolismo, en las que volcó enormes esfuerzos.
Durante esos casi 20 años compartí con el las mañanas, muchos Martes a la tarde, con la tolerancia de Pablo mi hijo mayor, en que conversabamos de todo y hasta algunas veces de Medicina. Innumerables noches de reuniones científicas que terminaban en comidas donde el me enseñó muchas cosas han quedado pegadas en mis recuerdos como una impronta perecedera e indeleble.
Era amigo de famosos en el tango, en el cine, en la pintura, en las letras y en el fútbol. Despertaba pasiones, controversias, discusiones pero siempre despertaba cariño.
Era alto. Era buen mozo. Era un hombre grande.
Pero sobre todo fue un gran hombre a quien le debo casi todo lo que humildemente soy.
Isaac Sinay